miércoles, 13 de mayo de 2009

La columna del Crítico Número Uno

¡Salud amigos!
Acabo de pisar suelo argentino y, luego de una reparadora siesta, decidí reencontrarme con todos ustedes en este maravilloso espacio. El pasado sábado viví una de las noches más espectaculares de toda mi vida. La “Cumbre de los Cuatro”(a pesar de algunos detalles menores) fue un verdadero éxito y quedará grabada en mi memoria para siempre.
El restaurante “Le Petit Zinc”, ubicado en la Rue Saint-Benoit de París, fue la sede de una reunión inolvidable, que seguramente se repetirá el año entrante y contará con la participación de un quinto personaje. La cena fue realmente majestuosa. Luego de la espectacular entrada, donde no faltaron el caviar, el salmón y la interminable variedad de quesos que poseen los franceses, pasamos a los pedidos individuales de cada comensal. El Justiciero, que fue el primero en ordenar, pidió “Los Mariscos” (ostras, langostinos, camarones, almejas, servidos la mayoría crudos sobre un “plateau” y adornados con puerro). Michael Bolton, personaje bastante extraño, reconozco, optó por un “Tournedos rossini” (buey grueso de seis centímetros servido con hígado graso y un brindis). El Comandante saboreó “Pastas rellenas” con “Encebollado de conejo” (conejo cocinado después de una conserva al vino rojo y condimentos picantes varios). No llamó la atención que nuestro distinguido anfitrión haya sido el primero en apersonarse en el cuarto de baño. Yo, al igual que mi colega Michael, también elegí la carne de buey. Que protagonizaba el plato “Chuleta Tártara” (acompañada con yema de huevo, kétchup, pepinillos, mostaza y salsa worcestershire).
Debo reconocer que no tardé mucho en ir a hacerle compañía al Comandante en el toilette, algo que finalmente nos vino al “dedillo” para efectuar una especie de reunión bilateral (biombo de por medio y cada uno en lo suyo) en la que analizamos el tema de la salida del blog del Sr. Bolton. Una vez regresados a la mesa, notamos que el abundante champagne y el sabroso vino que regaban la mesa habían comenzado a hacer efecto en nuestros compañeros de reunión. Fue entonces el momento de pasar a los postres. Previamente, los pertenecientes al equipo que había visitado el baño, ingerimos una especie de infusión que no era té de boldo, pero según el mozo, nos ayudaría a calmar el fuerte dolor de estómago que teníamos. Mientras tanto, el equipo de los tomadores, seguía pidiendo champagne y vino. Pero además pasaron a los licores y el cognac.
Debo reconocer que Michael comenzó a hablar un idioma absolutamente extraño, que no era ni parecido al inglés. Ni a ningún otro. El Justiciero comenzó a tener un aspecto entre melancólico y apesadumbrado. Había helados de crema, una inmensa variedad de tortas, flanes, budines, masas finas, mouse, etcétera. Por eso nos llamó la atención que el Comandante haya pedido peras al borgoña. La cara de desconcierto que puso el mozo ante semejante requerimiento nos hizo pasar un momento de zozobra. El Justiciero estalló en una carcajada y, acto seguido, devolvió sobre el finísimo pantalón de Michael todo lo que había ingresado a su organismo durante la velada. A Bolton, preso también de una risa que delataba su estado de ebriedad, pareció no importarle la suciedad en su vestimenta. El cantante estaba más preocupado en pasarse crema por la cara y lamerse los labios suavemente, mientras miraba fijo a una señorita de otra mesa que lucía un escote pronunciado.
Cuando por fin volvió el hombre con las peras, quien las había pedido, ya no tenía ganas de comerlas y estaba colorado de vergüenza por el espectáculo lamentable que estaba ofreciendo el hombre que hacía entrevistas en el blog. Ya a esa altura de la noche, Michael había comenzado a gritar, mientras lucía una servilleta vomitada en su cabeza: -“Quiero que me lleven a un burdel”.
Mi compañero de vuelo, que continuaba riéndose, se sacó la camisa al sentirse agobiado por un repentino ataque de calor. Su sudor se mezcló con los demás aromas que ya se habían diseminado por el ambiente y se generó un olor putrefacto, difícil de soportar. Yo, aún no repuesto de mi dolor de estómago, comencé a tener flatulencias y sentí que la velada había tenido algunos detalles ínfimos por los cuales no se la pudo calificar como brillante.
Unos minutos más tarde, la Policía francesa arribó al establecimiento y, en complicidad con el dueño del lugar, nos invitaron en forma muy gentil a retirarnos. El organizador de la cumbre no sabía cómo hacer para disculparse, pero, al mismo tiempo, sorprendió pidiendo una vez más pasar al baño. Terminamos los cuatro en la calle mucho antes de lo previsto, pero bueno; nadie es perfecto. Por eso no comparto los titulares de los diarios franceses, que calificaron a “La cumbre de los cuatro” como bochornosa. ¿A caso ellos nunca se emborracharon? ¿Nunca les cayó mal una comida? ¿Tan carentes de errores se creen que son estos franceses?
Aunque me lo pidan de rodillas, nunca más volveré a París. Aunque no dejo de pensar que, a pesar de algunos detalles menores y de que no pudimos discutir los temas que teníamos en carpeta, fue un viaje inolvidable. Porque lo importante era juntarnos; y hay veces que no todo puede salir a la perfección.



Por lo menos, así lo veo yo.

2 comentarios:

Michael Bolton dijo...

Nimo, se lo sigo diciendo, ese hígado no me cayó nada bien, para mí que no estaba en buen estado...

Anónimo dijo...

Zizou:

hubo un error clave en cuanto a la falta de apetito del Comandante para consumir su postre: él pide peras al "vergoña", tal como le pidió a una camarera que se puso más colorada que Tagliafico al anotar cinco (sí, 5!!!) goles en una misma noche...